
-¿Tu crees que tendrán pareja?
-¡Yo que sé!
-Si la tuviesen no quedarían así, sin conocerse de nada, ¿no?
-¡Jo! cinco horas en coche. ¡Vaya corte!
-¿Cinco horas?
-Si, me parece que han dicho que van a Alicante
-A mí, me daría un corte que no veas
-¿Oye? Eso se hace para ligar ¿no?
Pues digo yo que sí, porque si no coges el autobús de línea que tampoco sale tan caro. Es lo que hago yo siempre.
Acababan de salir por la puerta. El con una bellísima negritud que ha impregnado la panadería de exotismo. Ella con una melena rubia de aproximadamente treinta centímetros precedida por una raya oscura de un dedo de ancho.
El con chaqueta azul y camisa blanca que en su piel parece mucho más blanca. Ella de leggins estampados que imitan la piel de un leopardo sin conseguirlo porque los leopardos nunca han sido rosa fucsia.
La verdad es que si en lugar de haber recurrido a una aplicación de búsqueda de compañeros de viaje, hubiesen hecho un test de afinidad en una web especializada, nunca habrían aparecido en esa panadería para hacer nada juntos.
El quería algo de compañía, cada vez le aburre más viajar sólo. Ella necesitaba encontrar el trasporte más económico. Los dos se han levantado con una pequeña punzada en el estómago. Es la primera vez, ¿cómo será el viaje?.
Han quedado en la panadería a las nueve y media de la mañana, una buena hora para llegar a destino a la hora de comer. Un sitio en el que se aparca fácil y que les permite comprar algo de provisiones para el camino. La propuesta ha sido de ella. El suele parar siempre en el camino, va al baño, toma un café y estira las piernas. Esta vez pensaba hacerlo así también, pero ha aceptado porque no le gusta llevar la contraria.
Al verse, han disimulado la sorpresa, se han sonreído y han comprado dos zumos, dos bocadillos y unas galletas para el camino. Él no tenía una idea preconcebida de su acompañante, ¿quizás una joven de dieciocho años sin un duro en el bolsillo y un montón de juventud para alegrarle el camino?
Ella tampoco se hacía una idea clara de lo que le esperaba. El cuestionario no es demasiado preciso. Sabe que a él le gusta hablar aunque no demasiado, que le gusta la música romántica y que no fuma. Ella lo hace, pero decir que no está mejor visto y, al fin y al cabo, puede aguantar unas horitas sin encender un pitillo.
– Hola, soy John
– Hola soy Julia
Bueno pues… ¡Que bien!. ¿No?, justo a la hora
Si claro, a la hora que hemos quedado, -dice él con una sonrisa tan reluciente cómo su camisa.
-¿Prefieres jamón York o queso?
-Queso por favor
-¡Vale! el mío de chorizo, dice ella, tomando el mando.
Hacen una compra totalmente innecesaria para cinco horas de camino, -piensa él, estremeciéndose ante la posibilidad de que el coche acabe lleno de migas-.
El trámite del avituallamiento, dura poco y en menos de cinco minutos el coche arranca dejando a las chicas de la panadería con una historia que consideran de lo más romántica.
Ya de camino, tardan un poco en hablar. El se siente algo molesto por el olor a tabaco que desprende su compañera de viaje. En el cuestionario ponía claramente “no fumadora”, sin embargo, su olor delata un paquete al día, por lo menos.
Ella está algo desconcertada; aparte del dependiente de la frutería Ali, que es de Marruecos y su amiga Rosa Mari de Ecuador, no está acostumbrada a hablar con gente de otra raza y menos de otro color. No sabe si tiene que preguntarle de donde es y cómo se siente en nuestro país, o si es mejor obviar el tema y hablarle cómo a un vecino cualquiera. Lo que sí sabe es que ella no soporta el silencio y que él ha puesto en el cuestionario que le gusta hablar, aunque sea un poco.
-¿Oyes, tú vas mucho a Alicante?
-Si bastante -le contesta él, pensando que a ella que le importa-.
-Yo no, es la primera vez, es que mi amiga Celes se ha ido a trabajar allí y me ha dicho que vaya a verla. Libra este fin de semana.
Trabaja en un hotel, a lo mejor yo también encuentro trabajo allí, así que aprovecho, la visito y de paso me estudio el percal. Pagan poco, pero con el tema del veranito y eso, igual hay buen rollito ¿no?
-¡Pues si!, contesta él con algo de retraso y una voz hecha para el Jazz
La voz y la charla de ella unida al olor del tabaco, comienza a enervarle, pero decide que tener paciencia. L aplicación, al fin y al cabo, no ha sido desarrollada para trasportar princesas.
Pone la radio y comienza a sonar la voz de Joao Gilberto. El coche se inunda de terciopelo.
-¿Te importa? – le pregunta, aunque a estas alturas le importa bien poco saber si ella se siente a gusto o no-.
-¡Claro!, a mí también me gusta mucho la música – le contesta ella-.
-En clase de Zumba no veas. Despaaacito, poquito a poquito, -riéndose hace amago de cantar-.
Que enrollao el regetton ¿verdad?, – remata-.
A ti te debe de gustar porque a los negros os encanta esa música ¿no? – sigue-.
Él conduce concentrado en la chica de Ipanema envuelta en un sonido de saxo, un sonido que la hace diferente. Mientras, ella saca uno de los bocadillos, – ¿quieres? -, y empieza a comer con unos bocados grandes que delatan la incontinencia que él ya había intuido en el grosor de sus muslos.
Sigue hablando y comiendo, comiendo y hablando. Dos diminutas bolitas de pan se pegan en el cristal delantero del coche. Habla, come. Come y habla moviendo el bocadillo mientras el suelo del coche se va llenando de migas. Sigue y sigue, hasta que el frena en el primer café que encuentra. ¿Te importa que pare? Vamos al baño y así estiro las piernas – le dice, sin mirarla a la cara-.
El resto de camino viajará en silencio escuchando a Caetano Veloso y su chica de Ipanema envuelta en una guitarra que la hace muy cercana. Bajará la capota del coche para que la brisa se llevé los últimos recuerdos y, al llegar a su casa algo cansado, besará a sus dos niños.

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