Yo soy la Taquillera

taquillera

Soy taquillera, siempre he trabajado en el mismo cine. Sigo trabajando aunque ya me queda poco. A pesar de todo y aunque cuando nací parecía que no iba a servir para nada, nunca me ha faltado el trabajo ni la alegría. El cine y la ventanita por la que veía la vida lo han sido todo para mí.

Me siento como el cuadro ese en el que una mujer sonríe y siempre está igual, toda la vida sonriendo. Nadie ha visto ni su cintura ni sus piernas, de hecho, no se sabe si tiene piernas o si estás son raquíticas e inservibles cómo las mías. No es que yo sea un cuadro: los cuadros, no se mueven, ni comen, ni duermen, ni nada de nada.

En mi trabajo siempre he sido, muy feliz. Si te digo la verdad nunca pensé en trabajar, quería casarme y tener muchos hijos, aunque desde pequeña mi madre me dijo que no me hiciera ilusiones y  yo no tuviese  más remedio que creerla.

Aunque Tia  Rosa, que cosía muy bien, decía que lo que tenía que hacer era aprender bien su  oficio para el que no hacía falta más que tener buenas manos y paciencia, a  mí lo de dejarme la vida puntada a puntada, no me acabada de gustar y lo máximo que aprendí fue a coger un dobladillo decente.

Empecé de taquillera porque D. Julio me lo dijo. Yo  creo que quería ayudar a mi padre: que con cinco hijos a su cargo no sabía ni cómo calzarnos. A mí no me importaba no tener zapatos nuevos ni estrenar vestido el Domingo de Ramos. Lo que más me gustaba en este mundo era, lo bien que olía, con ese olor a pino limpio que se le  quedaba  pegadito a la piel .

A mis 15 años yo era espabilada y viva como una rata, me movía por todos sitios sin preocuparme de mis piernas,  mis manos se movían ligeras cortando cebollas, peinando a mi hermana o haciendo croquetas. Cuando D. Julio me veía, me guiñaba un ojo y me decía: a ver cuándo te pones a trabajar y yo le decía ¿en dónde D. Julio?¿en dónde, con estás piernas?.

Un día me dijo que la Ana se casaba y se iba a vivir al pueblo de su novio, así que si quería me podía poner a trabajar ya mismito en la taquilla.

¡Que feliz fui ese día! Fue como  si hubiese crecido de golpe, cómo si la vida me hubiera hecho un tarta de cumpleaños lleno de guidas y nata. Hasta me olvide de mi futuro marido y de mis cuatro niños llenos de mocos, me hubiese puesto a dar saltos de alegría si no tuviese estas  ramas secas que me ha dado Dios por piernas.

La tarde en que empecé a trabajar en mi taquilla, me pinte muy bien los labios, me plante un moño y tracé en  los ojos un rabillo de esos que había visto en las revistas. Los parpados bien azules, para que todos me viera bien y un poquito de colorete para resultar más sana. También me pinte las uñas de rojo, aunque a mi madre eso no le gustaba porque me decía que era de fulanas.

La primera tarde fue muy bonita, yo allí sentada con esa cara que parecía la mismísima  Sofía Loren. Les sonreía a todos aunque a mí no me devolvieran la sonrisa, daba las buenas tardes o las buenas noches según tocara y me acordaba siempre de decirle algo bonito a las mujeres y darle un caramelo a los más pequeños. No tuve ningún problema dando lo billetes con  las butacas que me pedían, ni con el cambio, ni con nada. D. Julio ya sabía lo que hacía cuando me dio el trabajo, porque siempre fui muy espabilada.

No me he casado, pero he recibido rosas rojas, cajas de bombones, y hasta una tarjetita de un Sr. que me quería invitar  a cenar, pero yo no he aceptado nada de nada, porque no quiero que nadie se lleve sorpresas o que digan que la taquillera es una fresca.

 

Durante muchos años, al acabar la jornada,  regresaba a casa con mi padre. El con tu bonito uniforme, yo con mi moño bien apretao que, de tanta  laca cómo le ponía no se movía ni un pelo. Los dos  oliendo a pino, los dos silbando bajito la melodía del nodo, nos íbamos tan deprisa cómo lo permitían mis piernas. Cuando mi padre se me  fue ¡Dios le tenga en su gloria. Empecé a volver a casa yo sola, despacio y sin miedo regresaba a casa sin más  compañía que la luna. Sola  con mi moño bien alto y  con mi rastro de olor a pino  .

Un día al comenzar el camino de regreso a casa , me di la vuelta y vi un luminoso encendido ¡que bonitas la luces!. ¡Imperial: palacio del cine!.  ¡Hay  que ver D. Julio las ideas que tenía! , me parece que lo copio de un cine que visito en Madrid. Lleno, llenito de luces, parecía una noria, , parecía que estábamos en Nueva York  y a mi me parecía que habían llenado de estrellas  mi camino de regreso casa.

Desde esa noche nunca volví a casa sin echar la  vista atrás y mirar con la boca abierta ese  cartel luminoso que me ha acompañado toda la vida

No me he casado pero  estoy muy orgullosa de haber juntado a más  de 15 parejas de las que han nacido 37  niños. Contenta de  que El Carlos y la Mercedes dejasen de regañar porque siempre les reserve entradas centraditas para las películas de amor. Me alegra mucho pensar que, gracias a que le daba entradas gratis,  María se libraba algunos días  de las zurras del Paco y  que los chiquillos de Lola se olvidaban de que no comían caliente más que una vez al día.

Hay de cosas de las que ya no estoy tan contenta porque podía haber evitado que a la Juani le hiciesen un bombo con 16 años y de que el sinvergüenza del José metiese mano a toda hembra viviente que se encontraba a su lado, ¡pero es que, a veces, no puede estar una en todo!.

He vivido momentos muy bonitos, días de alegría, días en que todo el mundo salía del cine riéndose a carcajadas y otros en que los ojos de terror me hacían mearme de miedo. Como pasa en todos los trabajos no todo era siempre bueno: tenía un cliente que siempre protestaba. me gritaba e insultaba el muy maleducado. Yo le daba las entradas centraditas cómo el me pedía, pero siempre detrás del Emilio y su mujer que son dos  armarios de   200 kilos cada uno.

Para ser una buena taquillera, no te hace falta tener buenas piernas.  Sólo hay que fijarse bien en la gente y tener un poco de sensibilidad: yo siempre hice muy bien mi trabajo y ,además de no equivocarme nunca con las vueltas, ponía a cada uno en el sitio que más le convenía: a la Mari,  que siempre venia corriendo de misa para ver Love History, la sentaba  siempre cerca  de Sor Maria no vaya a ser que me la criticaran por meterse sola al cine. Nunca he sabido porque a Sor Maria le gustaba tanto esa película, pero eso ya es otra historia. Tampoco le he contado a nadie que la monja se metía en el cine media hora antes de que empezasen los anuncios y se quitaba la toca antes de salir para que nadie la viese. He sido discreta y formal, eso nadie me lo puede negar.

Al cumplir los 20 años me quite el lazo de la blusa y me abrí el primer botón para quedar más resultona, pero notaba  que los hombres se quedaban mirando y esperando sin salirse de la cola, así que rondando los 21 ya me abrí  los tres primero botones.

Cuando me decidí a hacerlo me di cuenta de que recibía más  propinas así que acerque más la silla a la ventana y les ofrecí a todos el magnífico espectáculo del pedazo de escote que yo tenía y  que daba gloria de verlo. Un día me dijo el Emilio que se parecía por lo menos al Canal de la Mancha.  Ese año Don Julio se puso muy contento y me regalo una cesta por Navidad que tenía anís y todo.

Han  pasado los años y los jóvenes apenas vienen ya a verme, el luminoso tiene algunas luces apagadas y las butacas se reservan con una máquinas, ¡cómo si ellas supiesen que a la Elvira  y a su novio les gusta sentarse juntitos siempre  en la última fila y que al pesado de Don Carlos hay que dejarle la butaca  en el pasillo porque tiene mal la próstata!.

Yo he seguido en mi taquilla todos los días de mis últimos 50 años, puntual, fijándome siempre en todo, con mi cascada de laca manteniendo mi pelo, y mi olor a pino verde bien pegadito a la piel. El moño y los labios rojos siempre los he mantenido, igual que se mantiene la torre de la iglesia y el nido de las cigüeñas

Siempre supe que era un cuadro enmarcado en una  ventana y que mi cara, de moño tieso y pestañas largas, se quedarían  pegados en el recuerdo.  Aunque hoy mi canal no lleve agua, aunque el rabillo de mi ojo esté algo más caído y mi moño haya perdido el color, yo sé que este pueblo no sería lo que es sin mí.

Aunque el cuadro que yo he sido no  cuelgue en  ningún Museo, he sido  feliz porque el secreto que guardaba debajo  de mi  taquilla no me ha traído ni  lágrimas ni penas.

 

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