Cada siete segundos

 Siete Segundos

Llevo 6 meses huyendo de ti, del hombre en el que te has convertido. Desconcertante, hiriente, aterrador. En estos 6 mese he recorrido todos aquellos sitios que queríamos recorrer juntos, aquellos de los que hablábamos cuando, cogidos de la mano, hacíamos viajes a sitios lejanos. Generalmente aquellos que correspondían a los paisajes de la última película que habíamos visto.

En estos meses he  estado en el Delta del Mekong y me he llenado los ojos con la bahía del Halong , ¿te acuerdas de cuanto me gusto esa película?. He visto muchos mundos,  he aspirado muchos aromas y mirado muchos cielos y finalmente he vuelto para vivir contigo tus siete  segundos, siete  únicamente son siete. Siete  tic-tacs de un reloj,  siete, sólo siete:  menos de lo que se tarda en respirar o en lanzar un suspiro, en bostezar o en lanzar un beso. En pegar un golpe seco de indignación y en cerrar un puerta.

Cruzo este pasillo blanco, impersonal, luminoso, lleno de esa luz misteriosamente tenue de los lugares donde se encierra el sufrimiento. Abro la puerta en algo menos de siete segundo y veo tus ojos inertes, cuento hasta siete y te veo de nuevo. Me miras sonríes y te conmueves, me acerco a ti pero ya no estás. Te has ido. Acerco mi mano a tu hombro para retirar ese cabello muerto que afea el blanco de tu camiseta y  ahí  estas de nuevo. Un segundo para que tus ojos brillen, tres para que aparezca el guiño adolescente con que me mirabas en clase, cuatro para que me acerques  tus manos y   cuando  nuestras palmas se juntan, antes de los ocho segundos, te has ido.

Sigo aquí contigo. Te toco la cara, esa cara espesa y fuerte que ya tiene una ligera sombra blanca y,  en el momento en que rozaba tu frente, ahí estas de nuevo. En cuatro segundos he visto el brillo de deseo en tus ojos y en los tres restantes vi cómo  mirabas mi cuerpo.  Después te has ido.

Siento  miedo. Te miro. Terror al vacío de tus siete segundos. A la plenitud de los otros siete. Siento miedo de nuestra historia discontinua. Del minuto en el que estamos. Del  lugar de  las palabras.

En veintiocho segundos, te miro, en siete suspiro  y siento que tengo que estar aquí contigo. Siete segundos, sólo siete y ya te habrás ido.

Corro la cortina, me siento, te miro  y comienzo a hablarte bajito. Te cuento la historia, de una niña que a los 15 años ya sabía demasiado. La que con su vestido banco, su sombrero de paja y sus zapatos dorados, se bajaba de la barcaza de Vapor, mientras  él, su amante alto de ojos rasgados,  la miraba dentro del su coche negro  que invitaba al pecado.

Te cuento, despacio y lentamente,  cómo esa niña de trenzas apretadas y pechos incipientes se enamora del hombre prohibido,  te hablo del calor y el olor del Delta del Mekong.

Mientras tanto tú, cada siete segundos me devuelves una sonrisa distinta: la del adolescente que me llevaba los libros a clase. La del joven que me encendía el cigarrillo. La del amante que recorría cada tramo de mi piel. La del novio que me dijo un si  quiero. Una mirada llena de miedo cuando me sentías lejos, la de tu sorbo lento cuando tomabas café.

Cada siete segundos te llevo conmigo a  la habitación oscura, donde el ventilador ruge lentamente y el cuerpo de la niña se entrega a lo desconocido. Mi relato, amor, dura justo 6 horas y 17 segundos hasta llegar al final.No se si podré lograrlo.

Intentaré juntar tu mirada en esas 3 horas en las que estás conmigo y  después de nuevo me iré, lentamente, cómo se deslizaba  el barco de vapor por el Delta del Mekong.

Chabela Romero

 

Deja un comentario